13/01/09. Café Santa Ana
Esto no es una crónica de un concierto, yo iba predispuesta a la desconexión, "con vocación al descreimiento y al desencanto".
Salí de casa media hora después de la hora anunciada para el concierto, aun con dudas. Después de los silencios vacacionales vuelta a la actividad conciertera, vuelven las fechas en los myspaces de artistas y bares... el blog, la agenda y la confirmación de asistencia en facebook... y yo con ganas de concierto pero no así... quería ir sola, no conocer a nadie... estar sin ser vista.
Nunca voy en autobús a los conciertos (en Salamanca las distancias suelen ser relativamente cortas)... pero nunca llego tarde... así es que puesta a romper tradiciones me acerqué a la parada buscando una señal "si quedan menos de cinco minutos para que pase el 4 me quedo, sino me vuelvo a casa"... y el 4 se acababa de marchar... pero vi que en dos minutos llegaba el 8, que también me servía, así es que me quedé a esperarlo.
Tomé asiento en uno de los individuales, justo detrás de una niña de unos 4 años, pelo rizado bajo un gorro verde, a juego con la bufanda... y tarareo alegre bajo la atenta mirada de sus padres, sentados en los asientos del otro lado del pasillo. Yo también la miraba, y ella se dió cuenta y me devolvió la mirada y la sonrisa... se llamaba como una amiga mía, pero ella no tenía ninguna amiga que se llamara como yo, me dijo mientras se bajaba del autobús de mano de su padre, agitando la otra con gesto de "adiós".
Todos los semáforos de la ciudad estaban en rojo... y no sabía si interpretarlo como una señal, bajarme en la siguiente parada y volver a casa caminando, o concentrar todo el poder de mi mente en cambiar el disco a verde para no perderme ninguna de las tres canciones que quería escuchar.
Las calles estaban heladas y el conductor bajó con precaución la empedrada calle San Pablo, se detuvo en otro semáforo y al otro lado de la ventana un hombre caminaba desorientado y recogía papeles del suelo. Llegué a mi parada y me asusté con el paso fugaz de un atleta a mi lado mientras yo miraba los cristales de la casa Lis dudando si entrar al concierto o no.
Una moto roja bajaba embalada la calle y casi me atropella, pero como si ella fuera un toro y yo fuera el santo, se detuvo a escaso medio metro ante mi... aceleré el paso y abrí la puerta del bar sin pensar.
Lo de después fue sólo una sucesión de canciones que empezó con el movimiento de hombros del final de "Hoffnung" y terminó con media sonrisa queriendo un beso... la música hoy no salía de sus ojos... y yo volví a perder el tren... todo sin almas azules, ni videos... con espaldas ajenas y mis ojeras creciendo...
... y diminutivos por sistema que cada día me gustan menos.
3 comentarios:
Es la crónica más triste que he leído en mucho tiempo...
P.D: Triste de 'tristeza', digo, por si no se entiende.
a veces pienso que, hay días en que uno no debe salir de casa... quizás era ayer... pero hoy ya es otro día, y mañana, y pasdaod... y la música seguirá siendo más que una canción, verás...
bydiox... no es una crónica... y si, es tristeza. (disfruta el viernes en el café teatro y luego me lo cuentas sin tristezas).
síl... claro... mañana "hay que vivir" y "un destello de felicidad"... menos mal.
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