26 de abril de 2009

escribir una carta de las que no se contestan ...

... o comprarme un vestido amarillo.


[...] El sobre era blanco, corriente, y la letra tan arcadamente cursiva que siempre sospechó que su autora la había deformado deliberadamente para enmascarar su caligrafía auténtica, una reserva tan incomprensible en una carta anónima. Dentro, sobre un folio blanco A4 sin más, las líneas subían y bajaban entre los márgenes, apretándose y espaciándose alternativamente entre sí bajo el impulso de una letra nerviosa, progresivamente titubeante, cada vez más fluida, menos forzadamente picuda. No he tenido suerte en esta vida, ésas eran las primeras palabras, e inmediatamente después la primera disculpa, ya sé que ésta no es forma de empezar una carta, y menos una carta como ésta, pero es la pura verdad, que no he tenido suerte...

Llegaría a aprenderse al pie de la letra aquel eterno prólogo, un pobre puñado de palabras que crecería monstruosamente en su memoria para revestirse de la irresoluble apariencia de una encrucijada, tengo 32 años pero supongo que aparento algunos menos, y aun negándose a sí mismo desde el principio la voluntad de querer y, de querer creer, no pudo dejar de repetirse que había algo distinto en esa carta, soy bastante mona y me cuido mucho, voy a un gimnasio y a una masajista, él nunca llegó a dudar de la honestidad de su breve alarde publicitario, me hago una limpieza de cutis cada quince días, ella debía de ser una mujer hermosa pero eso no bastaba, nunca había bastado, no es que me preocupe mucho el físico, tampoco en eso era la primera, es más bien que no tengo otra cosa que hacer, otras antes que ella se habían parapetado tras el torpe escudo de la sinceridad, la verdad es que no he trabajado nunca, pero entonces él se había sentido incómodo, no me da vergüenza reconocerlo, a medio camino entre la vulgar lástima clásica y unas ganas de reírse que no sabía controlar, no quise estudiar, y sin embargo en ella la sinceridad parecía significar mucho más que una excusa, no me gustaba, porque ella parecía querer expresar a través de ese delgado cabo de color opaco la calidad del tejido de su propia desesperanza, y de momento me resisto a poner una boutique con una amiga porque no me parece serio, él la entendía, podía entenderla aunque no quisiera, estoy casada con un hombre muy bueno, porque se daba cuenta de que había temido esto desde el principio, que gana mucho dinero y me quiere de verdad, poner un anuncio en una revista es tan fácil como escribir una carta de amor desesperada, no creo que ni siquiera tenga amantes, la única diferencia es que aquéllas no se contestan, vivo en una casa muy bonita, y los anuncios sí, con jardín y una muchacha interna, él no creía haber escrito jamás una carta de amor desesperada, tengo tres hijos, pero ella lo había hecho, el pequeño nació con la espina bífida, y se la había enviado precisamente a él, aparte de eso todo va bien, a él, que no quería saber nada, debería ser feliz, y que se daba cuenta de las estupideces que ella enlazaba sobre el papel, pero sigo pensando que no he tenido suerte en esta vida, y a pesar de eso no podía dejar de leer, me aburro, y era repentinamente incapaz de sentir esa simple curiosidad que justificaba de sobra la condición de su correspondencia, me he aburrido de casi todo con los años, un juego sin importancia, cada vez me apetece menos acostarme con mi marido, sólo el pasatiempo inocente de un hombre solo, mi marido, que es tan atlético y tan buen chico, un hombre que había elegido estar solo, me aburre, ella venía ahora a sembrar con sus palabras las dudas previstas, está siempre con lo mismo, los viejos terrores ya olvidados, midiéndose la barriga con los demás al borde de la piscina, y él empezaba a dudar, contentísimo porque sabe convencerse de que tiene el vientre liso, en el trabajo, en los bares, en la calle se sentía seguro, pero no es verdad, aunque a mí me da igual cómo lo tenga, era tan feo, me importan un rábano su tripa y todo lo demás, y encima se llamaba Benito, me aburro, cuando era un niño pequeño un cristal diminuto se deslizó debajo de su piel, siempre lo hacemos igual, para helarle el corazón, y cuando abro los ojos por pura mala leche, antes tenía secretos con mamá, solamente para verle esa cara roja de moribundo que se le pone, y sabía lo bien que se está en el centro, mientras se mueve como si estuviera haciendo flexiones, pero luego el espejo se rompió, él se cree que es de gusto, y aquel niño quedó a merced de la perezosa voluntad de las hadas, y me dedica su expresión especial de vicioso, las hadas no existen, que es horrible, aunque a veces deben encarnarse en mujeres corrientes, y me dice en voz baja que hay que ver cómo me lo estoy pasando, ese género de mujeres que le condenaron una vez en silencio a vivir perpetuamente al margen de los mecanismos de su deseo, y entonces yo, por no pegarle, y esas hadas tal vez la habían elegido a ella, sólo por no pegarle, que escribía cartas de amor desesperadas, o por no echarme a llorar, para liberarle de una maldición inmerecida, doy un par de chillidos, se estaba comportando como un gilipollas, digo ¡ah!, pero si ella era capaz de no ceder a la tentación de salir corriendo al verle, y echo la cabeza para atrás, quizás le entendería, a ver si así acabamos antes, el precio sería demasiado alto, y él se corre, porque tendría que volver a confiar en el mar, y luego me pregunta que si me he fijado en que ha estado todo el tiempo apoyándose en las muñecas, y renunciar a la mujer impresa, sólo en las muñecas, sorda, muda y ciega, quizás perfecta, y yo le digo que sí, nunca merecería la pena, que está hecho un chaval, porque las hadas no existen, y él sonríe satisfecho, la esperanza es trabajosa, y se duerme enseguida, la fe agota energías que son precisas para otras cosas, entonces me convenzo de que es asqueroso, lo sabía y sin embargo dudaba, una persona asquerosa y crecían sus sospechas acerca de sí mismo, de ésas que el mundo no echaría de menos de no haber existido jamás, sospechaba de su propia incapacidad para escribir cartas de amor, pero luego, cuando se me pasa el cabreo y me esfuerzo por ser justa, en realidad por probar no se arriesga nada, me doy cuenta de que se está haciendo viejo, un argumento tan falso, y de que me he aburrido de él, una prueba no implica compromiso alguno, es solamente eso en el fondo, pero si se decidiera a aceptarla debería apostarlo todo a una sola carta, me masturbo mucho ahora, solamente eso tendría sentido, otra vez, arriesgarlo todo, igual que cuando estaba en casa de mis padres, perderlo todo o ganarla a ella, ya no soy muy jovencita que se diga, su todo no era nada, pero estoy más sola que entonces, y sin embargo no tenía otra cosa, por eso he resucitado a mis antiguos fantasmas, dudaba todavía, creo que se dice así, cuando de repente se dio cuenta de que siempre cabría la posibilidad de que no le gustara, sobre todo el distante aristócrata cruel para cuya mujer trabajo como doncella, a lo mejor era muy fea, que sigue siendo mi favorito, una gorda enana con pelos en la barbilla, claro que tú no sabes de qué va, tan mentirosa como él, y no te lo voy a contar ahora, se sintió mejor, sería demasiado largo, no era en absoluto descabellado esperar una trampa, y además prefiero suponer que eres capaz de imaginártelo tú solo, una red pegajosa como la que él mismo había tendido tantas veces, en realidad no sé para qué te he contado todo esto, sólo para divertirse, pensarás que soy una pesada, tanto trabajo para no cazar ni una mosca, y tendrás toda la razón, renunció bruscamente al pequeño placer de verse reflejado en ella, estoy dispuesta a hacer lo que tú quieras, se estaba empeñando en comportarse como un gilipollas, a dártelo todo, y ella no era ni la mitad de gilipollas que él, hasta dinero, ella sólo buscaba un amo, a cambio de un poco de emoción, él no estaría a la altura, por eso te escribo, no podría someter, siquiera poseer a una mujer como ella, porque me aburro, él quizás llegara a amarla, porque no puedo seguir viviendo de los fantasmas que me forjé hace tantos años, llegaría quizás a amarla solamente, cuando aún disfrutaba del consuelo de un futuro incierto, tal vez ella no buscaba otra cosa, porque no habrá nada incierto en mi futuro, él no se creía capaz de desear violentamente a las mujeres que amaba, si tú no irrumpes en él, pero nunca había tenido la oportunidad de poseer a ninguna, tú que eres implacable, siempre había estado a merced de las hadas, y que nunca me llamarás cariño, las hadas están hechas de otra carne, estoy también aburrida de mimos, otra carne que se puede amasar con violencia, no he tenido suerte en esta vida, capaz de absorber tanto dolor en el placer y devolverlo, estaré el viernes que viene, él podría mimar a un hada después de maltratarla, a las 7 de la tarde, y ella nunca se aburriría de sus mimos, en la Plaza de España, él sabría cómo hacerlo, pasearé junto a la escalinata que da al hotel, lo había soñado muchas, miles de veces, entre Princesa y la Gran Vía, pero ella no era más que una mujer, iré vestida de amarillo, una mujer corriente, me pondré una flor en el pelo, se estaba comportando como un gilipollas, tú deberás llevar un libro gordo, y jamás se atrevería a aguantar de frente una sola de sus miradas, cualquier libro, ella debía de ser una mujer hermosa, un jersey claro, en cualquier caso el precio sería demasiado alto, y pantalones vaqueros, el verdadero amor es un vicio solitario, no me falles, y tendría que volver a confiar en el mar, eres mi última oportunidad, arriesgarse a perderlo todo, ya no soy tan joven, que no era mucho, no te arrepentirás, y sin embargo era lo único que tenía, sinceramente tuya, a pesar de todo dudaba todavía.

Te llamaré Viernes
Almudena Grandes, 1991

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