Hace dos meses me compré un coche y empecé en un trabajo nuevo a cien kilómetros de mi casa, y descubrí el inmenso placer que es conducir escuchando música, la curiosa conexión que se logra con las canciones ahí es diferente a la de cualquier otro sitio, entonces decidí que así sería como escucharía por primera vez el nuevo disco de Ismael.
Ritual iniciático, cómo los acordes de SDUHD en las calles de Toronto, o los de PDI en el barrio del Carmen de Valencia mientras un martillo mecánico sonaba y Pedro Guerra le cantaba a los pájaros de la cabeza.
Sólo había un problema, yo los martes me marcho rumbo al sur a las siete y media de la mañana, y para esa hora no iba a ser posible tener el disco.
Todo pareció arreglarse el jueves, desde entonces tengo en la mesa de mi cuarto un verbatim en el que yo misma había escrito con un rotulador permanente "ACUERDATE DE VIVIR", lo reservaba para mañana. Lo voy a guardar con cariño, o lo usaré dentro de un tiempo para no estropear el original, pero mañana usaré ese, el original.
Cómo tenía pensado. He salido de mi otro trabajo a las siete de la tarde y tras acompañar a mi paciente a la parada del autobús, y dando un paseo tranquilo, móvil en mano para quedar para un cine, he llegado a mi tienda de discos.
Trastienda de una tienda de electrodomésticos, hoy estaba extrañamente llena de gente, me ha costado llegar al fondo. Nada más atravesar la caja me he encontrado con Jaime, mi disquero, con el disco esperándome en su mano, sonriente y satisfecho, sabedor de lo importante que era para mi: “Hola, ¿Qué tal? Sale mañana pero aquí tienes”, le he dado las gracias y entonces me ha sonreído más amplio todavía, después le he preguntado por otros discos pendientes, y casi ni me acordaba cuales eran, estaba nerviosa.
Esperando en la cola y escuchando a la cajera explicar que toda esa gente que llenaba la tienda estaba ahí por la tdt no paraba de mirar el disco entre mis manos. La luz que en el estudio sería un foco pero yo ahora veo un claro sol de primavera iluminando a Ismael en la contraportada, entre los árboles de “Tantas cosas”.
Le he mandado un mensaje a mis dos cómplices, viejos compañeros de locura, “Ya tengo el disco!”, he pagado catorce con noventa, y tras atravesar todo el gentío analógico he salido al sol, al sol de primavera, de otoño que se acaba, de vida que sigue.
Caminando por la calle con el disco entre las manos, peleándome con el plástico, pensando en un amigo de mi padre que tiene una empresa de retractilados, en preguntarle la próxima vez que le vea si añadir un abre-fácil a este tipo de envoltorios encarece mucho la fabricación, llego a la plaza mayor y con los dientes lo logro.
Me siento en un banco, y mientras con la mano derecha arrugo el plástico y lo meto en el bolsillo, me llega el olor a libreto nuevo, y eso que notaba en el pecho sale en forma de suspiro. El libreto es negro pero no es oscuro, destellos de luces nocturnas de ciudad tras las letras de las canciones, me gustan los números romanos, pero la tipografía de la línea de autores de Letra y Música me resulta discordante. La primera foto en la línea del videoclip… y en la segunda pequeños detalles, su caligrafía, floreado mantel, magdalenas con envoltorios de colores, un café solo y de nuevo el sol, esta vez entrando por una ventana.
La plaza mayor bulle de gente, un perro ladra de fondo y me acuerdo de aquel que tenía nombre de marinero de cómic y una vez tuvo tos de la perrera… sonrío, me levanto y paseo hasta casa contagiada de ese optimismo de las canciones que aún no he escuchado, a sabiendas de que este disco será el más personal de todos los de Ismael y hablará de escenas a las que yo ni me asomo, pero haciendo lo que con cualquier otro sería un esfuerzo y con él es acto reflejo, contagiarme de sus nervios y sentirlo mío.
Me paro en el escaparate de otra tienda de discos y veo el nuevo de Silvio, pero ese no me corre prisa, Silvio “sólo” es música, y esto, además, otro montón de cosas.